12 mar 2012

EL COLOR ROJO

Sachiko sorbió el té caliente directamente del termo y se sentó al lado de Tanaka.

-¿Qué es el tiempo?

Tanaka guardó silencio unos instantes con la mirada fija en los prados verdes que se veían a través de la ventana.

-Remolinos de arena. Tormentas solares que no cesan de girar en espiral. Sin sentido ni orden pero quizá contengan cierta armonía oculta bajo sus tinieblas. Laberintos de arena. Eso es el tiempo.

Sachiko dejó caer la mano a un lado. El olor a cenizas y lluvia inundaba el valle como si los cedros hubieran decidido dejar de vivir.

Ella se mantenía firme bajo esta… mientras llovía con fuerza sobre sus frágiles y delgados hombros mientras la Sachiko que hablaba con Tanaka le daba otro sorbo al té, directamente del termo.

Junto al mundo que habitamos existe otro mundo paralelo. Hasta cierto punto es posible penetrar en él y regresar después sano y salvo. Si prestas la debida atención. Pero, a la que trasciendes cierto lugar, entonces ya es imposible el retorno. Pierdes el camino. Es el laberinto.*

El camino se erguía frío y gris como la piedra. Ansioso de otoño y crueldad. El instinto del ciervo lo lleva a acercarse a ella, suavemente. Ella tiene en su mano izquierda bolas de anís y coco que ha hecho no hace más de siete horas. Siete horas en las que el laberinto se ha cerrado y la tormenta se ha levantado como de la nada, una vez más.

Sachiko le da otro sorbo al té. Sus pies caen en las arenas movedizas de un tiempo que no ha vivido en ese lugar, en ese tiempo.

Junto al mundo que habitamos existe otro mundo paralelo, grita el pájaro. Tiene un ala rota y jamás podrá volver a volar. Inclina su cabeza ligeramente hacia adonde va el viento.

Si prestas atención, lo oirás en los susurros de las tinieblas.

A la Sachiko que bebe te, se le cae el termo de las manos. –Sus ojos cristalinos se secan y el tiempo se para. No hay pulso en sus manos. Su boca se abre dejando entrever sus dientes.

El suelo se vuelve gelatinoso y ya no habrá marcha atrás. Ella cae, cae como Alicia en un mundo que desconoce llenos de relojes que se deshacen y galletas que hablan, mientras su otro yo permanece bajo la lluvia, donde permanecerá eternamente, hasta que el frío le cale los huesos y ya no pueda moverlos.

Nunca más.

*Cita del autor Haruki Murakami en Kafka en la Orilla.