7 dic 2011

EL POLVO DE LAS MANZANAS

Y escuchar su llanto como el canto a la madrugada de las bestias. Se cierne sobre mí como buitre hambriento, con la carroña aún en la boca.

Desmayada ante la trémula herrumbre que, aún después de tantos años, permanece en sus aurículas, y también en los ventrículos.
A mí me gustaba cuando hurgabas en mi piel y las escamas de la polvorienta e inmutable destrucción cubrían tus pestañas y tus manos. Por un momento pensé que lograrías sacar aquella bala pero me equivoqué una vez más. Siempre me equivoco.

Sé que os hablo mucho de muerte, pero ¿Qué puedo hacer si vivimos muertos todas nuestras vidas? Vosotros y vuestras manzanas podridas, como si Blancanieves se las hubiera comido por error. Porque tú no eres la causa del estrangulamiento prematuro, de las magulladuras del atardecer, crudo sobre la piel. No hay vistas que mejoren la escalada y, si así fuera, perdería la razón y el sentido como lo hizo el frío desmayo del fantasma que camina con los bolsillos llenos de piedras del río.

Dime Frankenstein, ¿A dónde vamos ahora? Es una mentira honesta, un cielo gris. Nadie dijo que las abejas rechazaran la miel en pleno mes de abril, cuando las hojas aún se enredan con el rocío de la mañana, frío como el sol polar y cálido como la esperanza de noviembre.