17 nov 2011

N

No pude hacerlo. Tu cuerpo aún estaban caliente, pero no tu corazón, que ya estaba frío. Cuando caía de rodillas en la orilla del río y lloraba como lo hacen los muertos, no decías nada, mirabas al sol como si no pudiera hacerte daño. No se podía ver el fondo, y tú sabías que me daba miedo. El pavo seguía en el horno, de hecho, acabó ardiendo junto a tus recuerdos a pesar, de que ya no quedaba nada cuando volvimos desde los muertos. Yo veía personas en todas partes: ventanas, puertas, pasillos… Me seguían. No importaba a dónde fuera ni lo rápido que corriera porque siempre, siempre me encontraban. Dime Bizcocho, ¿Cómo huyes de un fantasma que vive en tu cabeza? ¿Qué pasó con el vaso de leche fría antes de dormir, y el pan caliente para desayunar?

El día que dejé mí cuerpo a las garras de las bestias allí, en el mismo lugar donde yo lloraba y tú mirabas al sol. Algunos pájaros se posaron en mis tobillos, pero en realidad nunca supe qué escondía la niebla y no me lo pregunté antes de marcharme pero, como te he dicho antes, todos deben morir. Incluso tú, mi querido Bizcocho.

Y nos hundimos. Los fantasmas lloran a sus muertos en la calidez del frío del amanecer. Nos dejamos caer como el hombre que bebía vino y hablaba con los gatos. El cuervo que volaba sobre el cadáver mientras Kizuki servía los espaguetis desde la olla aún humeante.

-Y qué nos queda, Yoshi? Somos monstruos. Y viviremos en guerra el resto de nuestras vidas.

Ya no sé qué pensar. Es una ciudad fría y grande y huele a humedad y llanto. Siento la podredumbre de los huesos en el aire.

-¿Abriste la caja?

-Sí.

Oigo los gritos de los fantasmas del pasado. Se resignan a abandonarnos y se meten en nuestros huesos. Se encuentra en la toxicidad de las máscaras de gas de los pájaros, viejos y cansados del eterno funeral. Permanecemos junto a la suciedad de las ideas de mayo, como si nuestros cuerpos le bailaran al silencio, una vez más.