2 sept 2011

Le morte de Monique Bouvier

Monique y esas tartas de limón que decoraban el aire y se quedaban impregnadas en la casa. Sus tímidas faldas de flores y su sonrisa torcida, tan maravillosa e imperfecta como todo su ser. Siempre me pregunté de dónde era realmente, pero nunca lo dije. Susurraba mi nombre entre las sábanas mientras le hacía el amor todas aquellas noches de verano de nuez moscada y azúcar glass. Su cuerpo cálido y joven... y su piel, nada más lejos de esa imperfección suya que tanto me atraía. Nunca hablamos. Yo le hacía el amor y ella me hacía deliciosas tartas y dulces. Me llamaba y permanecía en silencio al otro lado del teléfono mientras yo imaginaba qué habría hecho esta vez, incluso me parecía poder oler lo que estaba horneando. Esa era ella, Monique la de los ciervos en el salón y las coronas de flores. La misma que se despidió con una nota pegada a la puerta del horno.

Me llena el olor a vainilla y canela de su piel, el bello rubio en su carne ligeramente bronceada, el lunar de la nuca, la clavícula huesuda, las caderas sueltas y prietas...

Creo que ahora vive en Rusia, en Moscú. Dicen que le ha crecido el pelo y que lo tiene aún más rubio, como si eso fuera posible. Pero yo me la imagino, en algún pueblecito de costa con el olor a sal impregnado en la piel, viviendo en un barco y dedicándose a la pesca. Pero quién sabe, quizá aún utiliza la canela en los sorbetes de limón.