19 ago 2011

Dátiles y naranjas

Kiyoshi y la luz de sus ojos. Tristes y dulces como el fruto de los árboles del jardín de atrás. Los primeros del invierno. Nos pasábamos tardes recogiendo dátiles y naranjas. Después Ume los utilizaba para hacer tartas, postres, helados… Kiyoshi nunca terminaba las frases, como si pensara que no merecía la pena esforzarse, ya que nadie entendería lo que decía o que quizá, a nadie le preocupara pero, todos fingían escuchar, todos incluso él.

El realidad, a veces pienso que sería más feliz en un asilo para locos, en un manicomio. Con la chica suicida de solo una media de rayas a medio coser, la enfermera que fuma cigarrillos mientras prepara la medicación de cada paciente, el hombre que se sienta en una esquina de casa a la pared y no habla con nadie más que sus fantasmas… todo sería más fácil si me permitieran comprar pastillas para dormir. Pero me han atado a la cama. Debería tener cuidado porque sé, que me enamoraría del efecto de estas, que le bailaría al silencio. Eternamente.

Aún recuerdo aquella ciudad…Aquella ciudad de zumo de naranja concentrado y paisajes nebulosos a la cálida luz de las velas. La misma de las polillas en la pared, que lejos de asustarnos, nos atrapaba durante horas. Aquella ciudad que se nos metía en los huesos, y se nos pegaba a la carne como una dolor amable, un dolor maravilloso.